Llegó diciembre con su alegría
La llegada del doceavo mes cada vez me angustia más, y más temprano en el año, desde octubre el ataque mediático vulnera en mí cualquier intento de ignorar la llegada de tan anhelada época.
Mi particular angustia radica en el mandato imperial de “estar alegre”, actitud que radica en fosilizar una mueca sonrisienta en el rostro, propender y apoyar por el desorden, el afán, la ingesta indolente del cualquier bebedizo fermentado, el despilfarro obligado de todo lo despilfarrable, pero lo más angustiante, lo que realmente me oprime el músculo cardiaco, y no en sentido figurado, es la absurda obligatoriedad de expresar afecto y buenos deseos a los cercanos, lejanos y espontáneos, y que uno, a su vez, se convierte en un blanco abrazable y besable de todo el que sale al paso, sobre todo, durante la navidad y el día final del año. Todo esto se disculpa en la alcahueta y abracadabresca frase “estamos en diciembre”.
Quiero dejar claro que no soy un avatar de Ebenezer Scrooge, porque si hay algo que me gusta de “diciembre y su alegría”, y es la milenaria, escatológica y desprestigiada pólvora, en todas sus expresiones, desde el humilde tote, la inocente chispita mariposa, pasando por el burdo taco y la papeleta, por la deslumbrante y efímera pila, hasta los encopetados y hermosos fuegos artificiales.
Por desgracia la pólvora está prácticamente prohibida en el país y en especial aquí en Medellín, por que ha cobrado muchos víctimas, en especial niños; pero tengo una última reflexión:¿será que la pólvora con todo sus problemas de fabricación y manejo cobra más víctimas que el abuso del alcohol?
Está científicamente demostrado que la pólvora no produce adicción, no genera violencia intrafamiliar ni social, no produce accidentes de tránsito, en muchos aspectos tiene menos efectos en la salud y en la sociedad que el legal y protegido alcohol.
Sería interesante recolectar estadísticas y soy capaz de apostar a que se llegaría a la conclusión de que es mejor prohibir el alcohol que la pólvora, o por lo menos prohibir ambos.
Es todo por ahora
Mi particular angustia radica en el mandato imperial de “estar alegre”, actitud que radica en fosilizar una mueca sonrisienta en el rostro, propender y apoyar por el desorden, el afán, la ingesta indolente del cualquier bebedizo fermentado, el despilfarro obligado de todo lo despilfarrable, pero lo más angustiante, lo que realmente me oprime el músculo cardiaco, y no en sentido figurado, es la absurda obligatoriedad de expresar afecto y buenos deseos a los cercanos, lejanos y espontáneos, y que uno, a su vez, se convierte en un blanco abrazable y besable de todo el que sale al paso, sobre todo, durante la navidad y el día final del año. Todo esto se disculpa en la alcahueta y abracadabresca frase “estamos en diciembre”.
Quiero dejar claro que no soy un avatar de Ebenezer Scrooge, porque si hay algo que me gusta de “diciembre y su alegría”, y es la milenaria, escatológica y desprestigiada pólvora, en todas sus expresiones, desde el humilde tote, la inocente chispita mariposa, pasando por el burdo taco y la papeleta, por la deslumbrante y efímera pila, hasta los encopetados y hermosos fuegos artificiales.
Por desgracia la pólvora está prácticamente prohibida en el país y en especial aquí en Medellín, por que ha cobrado muchos víctimas, en especial niños; pero tengo una última reflexión:¿será que la pólvora con todo sus problemas de fabricación y manejo cobra más víctimas que el abuso del alcohol?
Está científicamente demostrado que la pólvora no produce adicción, no genera violencia intrafamiliar ni social, no produce accidentes de tránsito, en muchos aspectos tiene menos efectos en la salud y en la sociedad que el legal y protegido alcohol.
Sería interesante recolectar estadísticas y soy capaz de apostar a que se llegaría a la conclusión de que es mejor prohibir el alcohol que la pólvora, o por lo menos prohibir ambos.
Es todo por ahora